sábado, 6 de marzo de 2010

Iturriza

Amanecí con la espalda manchada y los pies impregnados de amarillos y verdes.
Mi cara era de un fucsia encendido. El ánimo como la misma flor marchita de mi pelo sin rulos. Ví en mi voz el sonido de la piedra que tiró y no se detuvo.

La luz de mi sonrisa tenía despintadas sus gotas de vuelo
Veo mal ese cielo. Son torres de cielo en un arreglo de letras y pinches.

De la ventana mojada de su casa del sur se podía ver el pasto bicolor y la cara de su perrito pintado.

Su madre llegó una tarde vestida de colores primarios hablando de su baño aclarado, de los grillos celestes y de un grillo gris, mojado y dormido en el vitraux del fondo de su ventana.

Todo parece un laberinto asignado. El verde de las nubes y la tierra repleta de bichos y pinches. La punta de la montaña blanca era igual al algodón pinchudo.

Mi barco de papel no tiene límites claros. Le puse mi campanita en lo más alto de la vela y pegué en el borde la foto del beso desnudo de john y yoko.

La retina desprendida de Itu me hizo vivir insana esos años nuevos. Me paro en la esquina de la cabaña de rombos y veo los dos engaños en su cuerpo de zorrino. Su corbata atada a la garganta me volvió a contar el porqué, del bies de sus jeans, arremangados en la playa mojada.


Violeta Canggianelli

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