martes, 9 de marzo de 2010

Ese día

perdí mi nombre de flor y hasta la punta de saber cuando algo se termina. Violeta es el color que más busco en el fondo de su cara mojada: el agua y la imagen de ir y venir en el tren a Quilmes, con mi bolso agarrado y sus anotaciones de despedida.

Nunca tuve una canción transparente antes.

La noche de día que nos encontró en bombas y bombiñas despiertos, hizo algo supremo en mi viaje desierto. Sólo me hizo reír- le conté a mi concubina y leímos Calvino hasta que se nos hizo de noche y seguía lloviendo.

Quedé con sus ganas repletas en mi cuaderno de flores

“No volvimos a reírnos así, hasta que volvió a hacerse el día” y ni se nos cruzaba ser novios ni algo. Su voz gruesa de niño sumó en la forma de mirarnos y hablar pero me faltó algo en la despedida, porque me dejó con la muerte de dios, igual que vos

allí parada, con la pecera de dios vacía y la loza de cuarta lavada.

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