lunes, 10 de diciembre de 2012

La llegada de la nieve

El increíble suspiro de supervivencia lo tuve en la nieve, de nuevo más agua mojando mis rulos y en esa tarde de hermanos, con mi panza de nueve meses sin enfriarse y a punto de traerme más verde en mi libre antojo. Un nuevo recorrido descalza y sin temerle a los bichos ni a la voz de mi hermana cantando en el agua. Su cara la tengo cerca de la sonrisa blanca de mi hija que nació en invierno para librarme. Su bondad me ayudó a esperar la llegada de la nieve, la llegada de la calma, la llegada de lo que nace y comienza. Ese invierno reapareció el alma de mi pez dios con más miel en mi destino y trajo frases, palabras y una voz para acercarme. Veo caer el chorro de agua escarchada que me congela: es su mano la que me falta cuando desaparece el sol y la nieve me desvela. Es esa piel oscura y arrugada que veo de golpe en algunas miradas frescas. De a poco me fui acercando a poder aceptar que el mar no me devolviera a Marina y es ella, la que me falta cuando ese frío me deja secas mis manos. Los pájaros supieron calmarme y me explicaron el por qué del veneno. El por qué de los pinches en los abrojos y de esa picadura escondida en el bosque de la plaza Alemania. Fue ese maldito y trágico herbario que mató mi sangre, mi mar, mi amiga y mi hermana. Tantas veces conmigo, tantas pisadas simultáneas y de gemelas, tantos días por el mismo camino: Un sendero de soles calientes que nos iluminaban el destino. El mismo sol que me iluminaba los rulos y que taparon con barro la picadura de la araña. Podía no tener una hermana, podía no haberla picado una araña, podía haber sido un sueño pero esa espina con patas quedó clavada en la piel de mi hermana y se quedó con la sonrisa congelada de un mar que mata. De esos cinco años me quedaron las diapositivas, la luz de la imagen contra la pared de esa casa: algo parecido a lo eterno de creer en la caída del agua y de la brisa del verano. Como la ola que arrasa y no deja nada, salvo el amor incondicional de hijas o hermanas.

Más rosas doradas me acompañan

Fue la naturaleza la que me puso en este lugar en la historia. Nunca se borró de mí la voz de mi padre llorando ni me salvó la cobarde memoria de ver tanta injusticia por el túnel de la tragedia en mi casa. Supe quedarme callada en ese momento y preguntar sólo cuando me inquietó su ausencia y el dolor de los ojos de mi madre. La ausencia de hermana nunca se me evidenció en algún gesto premeditado. Supe de la tragedia en el silencio de las noches del invierno que vino más tarde. Esa araña se suicidó en tanta bondad. La marca de su pierna quedó picando en mi aire. Yo la aplasto y la fulmino cada mañana con la palma de mi mano desnuda. La entierro y la miro morirse. Ella picó su sangre y se escondió en su líquido rosado oscuro. El pelo de su cabellera quieta se volvió más negro y sin vida. Esa picadura se ponía cada hora más oscura y arrugada y la miel de su piel se volvió su trampa.

Fue una mañana en la Plaza Alemania

Fue una mañana en la Plaza Alemania. Ella vino de juntar las hojas para su herbario de segundo grado, ya picada. La misma araña amenazante y protectora con veneno natural y con mirada cómplice que ahora vive en mi azotea. No hay mar que me devuelva a Marina, no hay olas que me devuelvan a mi hermana, ni que le borren la picadura en su pierna, ni la araña pinchuda escondida que la atacó entre las hojas teñidas de ese otoño. Años dorados alegres que marcaron mi río y mi sal. Nunca se interrumpió el amor compartido de hermanas desiguales, hermanas violetas, hermanas de la naturaleza y del viento. Hermanas hermanadas viviendo en otro país, en otra laguna y en otro mar. Doradas de cada una, con su inicial bordada en la ropa, en el pan servido, en el guardapolvo blanco planchado con apresto. Mi hermana podría haberse llamado Margarita pero se llamó Marina y su presencia me acompañó mis primeros cinco años de vida acompañada.

Mi novela sigue

Del capítulo: Mi madre yendo con nosotras a París en barco y al tiempo, volvimos todos volando.
Cuando tenía nueve meses mis padres decidieron cruzar, conmigo y con mi hermana, el océano atlántico en barco: Eugenio C se llamaba el buque y tenía varias piscinas con sus solariums en la cubierta. El camarote donde dormíamos tenía las obvias ventanas redondas que estaban cerradas y mostraban la inmensidad del agua que tiene muy lejos el mar y la costa de europa. El relato de cuando aprendí a caminar al lado del Río Sena de la mano de mi viejo, siempre me dio vergüenza contarlo, y el verano de Bombas y Bombiñas me hizo pensar en la posibilidad de volver a caminar por ahí, de la mano de alguien y con más agua que tierra al costado. De ese viaje, sólo puedo recordar las imágenes de las fotos que sacaba mi viejo, nuestras caras mirando vidrieras en las jugueterías decoradas de navidad, y la vuelta en avión llorando. Las diapositivas de los recorridos que hacíamos los fines de semana por las ciudades pegadas a Francia son imágenes de paisajes y castillos en blanco y negro. Cuando volvimos tuve un cuarto compartido lleno de muñecas con vestidos remendados a mano con sus puntillas y cintas de encaje planchados que parecían recién comprados. Tuve ropa bordada a mano y una ventana llena de flores y cactus en miniatura comprados en el jardín japonés con sus piedritas coloridas en flúo que alegraban algunas miradas. Tuve vacaciones en la montaña, en la nieve y en el mar. En las únicas vacaciones que recuerdo del mar, me encontré con la voz de mi madre distinta. La voz de una mujer que enfrenta, que asume la postura de un reloj de arena o la defensa que tienen los erizos. Algo de todo esto, así de borroso, tiene un tinte color rosa clarito y cumple la función de un volcán que, de noche, ilumina mi bosque.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Hasta ahora, el mejor sueño del año 2012

Tuve un sueño alucinante con María Zegna anoche.Ella me invitaba un té de palabras y había preparado palabritas de distintos formatos y tamaños recortadas en rectángulitos y estaban en el piso. Nosotras teníamos que elegir y servirnos para tomar el té y un papelito decía cuchara y yo la tomaba para agarrar otra que decía dulce y me dejaba las dos en la boca y ella me miraba enojada y yo le decía ya sé que la cuchara no es para que me la deje en la boca y me la sacaba. y nos reíamos muy relajadas y eran palabras muy suyas las que había para tomar y eran los caminos que podíamos tomar para esa merienda de decisiones. Por ejemplo una decía d e c o n s t r u c c i ó n y otras decían razón, verdad, belleza. No es genial? y me preguntaba : En qué andas Vaiolet??

viernes, 11 de mayo de 2012

Analía Szuldman y su reseña a mi libro El Hotel de la Danza.

I En un plato había un racimo estrecho y compacto de color violeta opaco mordí una uva por la mitad adentro había tres o cuatro pepitas del tamaño de un diamante.
II Vibró la casa como si a metros hubiera una playa baja primero el viento, la copa de los árboles después el goteo sobre el toldo, el balde rebalsando, los pájaros acurrucados la bruma azul y la boca salada.
III Me deslicé pesadamente sobre la silla de madera y acerqué mis pies a sus sandalias me sonrió descubriendo esos dientes tan parejos, más bien cuadrados en esos momentos parecía un cachorro las arrugas alrededor de los ojos no permanecían la piel ni siquiera las recordaba.