lunes, 10 de diciembre de 2012

Mi novela sigue

Del capítulo: Mi madre yendo con nosotras a París en barco y al tiempo, volvimos todos volando.
Cuando tenía nueve meses mis padres decidieron cruzar, conmigo y con mi hermana, el océano atlántico en barco: Eugenio C se llamaba el buque y tenía varias piscinas con sus solariums en la cubierta. El camarote donde dormíamos tenía las obvias ventanas redondas que estaban cerradas y mostraban la inmensidad del agua que tiene muy lejos el mar y la costa de europa. El relato de cuando aprendí a caminar al lado del Río Sena de la mano de mi viejo, siempre me dio vergüenza contarlo, y el verano de Bombas y Bombiñas me hizo pensar en la posibilidad de volver a caminar por ahí, de la mano de alguien y con más agua que tierra al costado. De ese viaje, sólo puedo recordar las imágenes de las fotos que sacaba mi viejo, nuestras caras mirando vidrieras en las jugueterías decoradas de navidad, y la vuelta en avión llorando. Las diapositivas de los recorridos que hacíamos los fines de semana por las ciudades pegadas a Francia son imágenes de paisajes y castillos en blanco y negro. Cuando volvimos tuve un cuarto compartido lleno de muñecas con vestidos remendados a mano con sus puntillas y cintas de encaje planchados que parecían recién comprados. Tuve ropa bordada a mano y una ventana llena de flores y cactus en miniatura comprados en el jardín japonés con sus piedritas coloridas en flúo que alegraban algunas miradas. Tuve vacaciones en la montaña, en la nieve y en el mar. En las únicas vacaciones que recuerdo del mar, me encontré con la voz de mi madre distinta. La voz de una mujer que enfrenta, que asume la postura de un reloj de arena o la defensa que tienen los erizos. Algo de todo esto, así de borroso, tiene un tinte color rosa clarito y cumple la función de un volcán que, de noche, ilumina mi bosque.

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