lunes, 10 de diciembre de 2012

Fue una mañana en la Plaza Alemania

Fue una mañana en la Plaza Alemania. Ella vino de juntar las hojas para su herbario de segundo grado, ya picada. La misma araña amenazante y protectora con veneno natural y con mirada cómplice que ahora vive en mi azotea. No hay mar que me devuelva a Marina, no hay olas que me devuelvan a mi hermana, ni que le borren la picadura en su pierna, ni la araña pinchuda escondida que la atacó entre las hojas teñidas de ese otoño. Años dorados alegres que marcaron mi río y mi sal. Nunca se interrumpió el amor compartido de hermanas desiguales, hermanas violetas, hermanas de la naturaleza y del viento. Hermanas hermanadas viviendo en otro país, en otra laguna y en otro mar. Doradas de cada una, con su inicial bordada en la ropa, en el pan servido, en el guardapolvo blanco planchado con apresto. Mi hermana podría haberse llamado Margarita pero se llamó Marina y su presencia me acompañó mis primeros cinco años de vida acompañada.

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